sábado, 10 de septiembre de 2011

De Tópicos a Trópicos.

Adoro leer cualquier tipo de "reflexión" que los artistas hacen entorno a su realidad cultural precisa. El cómo del porqué perciben y escriben -siempre autodefensa- su sociedad. Aquí va la mía:
Barthes había ya anunciado hace unos 45 años que la escritura no es más que una rebelión contra la Historia, que la muerte de la Historia había sido promulgada por los escritores, su tan afamado Flaubert y tan admirado Marcel, no eran acaso si no los "atilas" de la Historia. Acá del otro lado del charco, un Paz y un Reyes se debatían uno a favor de la autonomía de la poesía más allá de todo sistema cultural, de la independencia del poema, mientras Reyes arrojaba chispas y decía que todo poema es en situación, que la poesía no es ni debe ser nunca una forma de abstracción. Mientras unos miles de kilómetros más abajo Parra y Gelman se reían a carcajadas de la Revista Vuelta y se retiraban a los campos, hacían el amor con jóvenes campesinas y perdían a sus hijos en las dictaduras de "de veras", no esas dictaduras suaves y por eso quizás más siniestras como han sido las Mexicanas.
Estemos o no de acuerdo, ser escritor necesariamente parece arrojar la necesidad de interpretar nuestra época. ¿Qué época me toca interpretar a mí? ¿Qué ideologías debo interpelar? ¿Qué estética debo defender? ¿El arte es una materia de deber?
Dicen que se puede detectar cuando un escritor tiene formación filosófica porque sus textos están llenos de alteraciones semánticas y de preguntas retóricas. Dicen que no se puede ser poeta y filósofo (y sin embargo Nietzsche, Valery, Paz) que a ellos hay que darles el nombre genérico de "pensadores", que es como elegir una especie de trinchera de la especulación. La suave especulación literaria que se deja conducir de linde en linde, saltando de escritor en escritor disfrutando plenamente el viaje por el espiral interminable de la experiencia literaraio. O la dura y destructiva pregunta por el sentido, constante pugna de la duda y el ego por donde transitan los pensamientos sistemáticos y fenomenológicos de los filósofos que todo quisieran revelarlo de último y a todo quisieran arrojar un mirada absoluta.
Pero que hay del siemple niño que escribe, para el que no se agota la curiosidad y la literatura, la poesía o la filosofía son momentos de un mismo y continúo movimiento vital. Un ser capaz de desplegarse con el mismo asombro en una marcha por los derechos indígenas, que entre anaqueles de Historia de la Literatura Lationamericana del Siglo XX, así como debatirse con el máximo rigor entre Husserl y Russell (con ánimos de rimar). Ejercicio de saltibanqui intelectual, o más bien ejercicio de un pensar pleno del mundo y sus formas.
Pensar es no tomar trinchera, pensar es poetizar, es escribir, pero también es amar, es cocinar, pensar es interpretar e imaginar, sí, renunciar a la especialización es algo pesado, no carga el título de Licenciado, de especialista, no poder ser llamado "autoridad" y renunciar a que te citen. Al menos como se entiende actualmente, es querer saber no de muchas cosas, no querer saberlo todo, sino lo poco que se sepa, se sepa bien, es decir, saber lo que se sabe y lo que no, a diferencia del especialista que no puede distinguir ambos extremos.
Una pugna por una autonomía de la imaginación creadora es una defensa de la creación en todas sus formas, más allá de su cómodo recinto -Europeo por cierto- de arte. Un día le escuché a un gran maestro decir que si Europa había encerrado al arte en una esfera independiente se debía a que Europa necesitaba un sujeto inalterado que pudiera pensarse a sí mismo. Por eso cuando Kant descubre que el arte es inefable y nos perturba, Hegel decide darle muerte, con las risas estrepitosas e histéricas de Nietszche y Schopenhauer.
Ahora vivimos una larga risa de lo bello, de lo sublime que nos viene de todas direcciones, a veces de un museo, de un libro, de un teatro, pero la más de las veces nos viene en la inmediatez y en lo cotidiano, el arte se disipa, si los poetas mueren y callan, los pintores renuncian a las formas, los escultores al espacio, los músicos a la armonía, inclusive al compás... y llega, se abre un mundo donde el arte está inmiscuido en todas direcciones, donde la poética se encuentra unas veces sorprendente en un comercial de perfumes y otra en el cálido gesto de las marchantas que venden flores en los mercados de abastos.
¿Qué es, al final de cuentas, ser un pensador? O al menos la figura que yo quiero darle, es ser un ciudadano del mundo, atento al acontecimiento, cuyos libros -los que escribe y los que lee- le enseñen a interpretar el mundo, cuyos cuadros le enseñen a ver, sus esculturas a tocar, sus posturas políticas a errar y dialogar, sus pasos de baile a ponerse en el lugar del otro, sus papeles de teatro le muestren que él mismo no es más que una multiplicidad de formas, sus diseños le abran una nueva forma de ordenar lo caóticos y contradecir lo ordenado, en fin, poder renuciar al "ser" para el "siendo" y encontrar su plenitud en el juego, en lo no competido y no institucionalizado -aunque la institucionalidad jamás vaya a morir- hacer más liviano el mundo para que podamos volver a empujarlo... el pensador en nuestra época, tiene condición de eco...