martes, 17 de junio de 2014

Lenguas muertas, debates estériles.

Refutación de ciertas tonterías venidas del norte

Parece que se viene dando desde hace un tiempo, particularmente en los Estados Unidos, una embestida contra la filosofía, es decir, contra el pensamiento crítico y problematizador. Cientificistas y religiosos arremeten contra los filósofos desde flancos distintos pero aliados bajo un mismo supuesto: la filosofía destruye certezas y convicciones, y esta destrucción es la causa del nihilismo y los desórdenes morales y hasta mentales de nuestra época. Los religiosos culpan a la filosofía de la pérdida de la fe, y los cientificistas dicen que la filosofía está muerta o bien perdida en una retórica irracional e inútil (o que ellos simplemente no entienden), y creen que la ciencia (particularmente la física) ha resuelto todas las cuestiones filosóficas, por ende, la Física (la ciencia) es la única filosofía válida y verdadera de nuestra época. Resultan claras las intenciones conservadoras y autoritarias de estas posturas y el propósito de restablecer aquel “hombre unidimensional” que Herbert Marcuse denunció hace más de 50 años. Se nos quiere hacer creer que existe un modo único de pensar y de vivir (expectativa típicamente gringa), que los cuestionamientos radicales son dañinos para la sociedad y que si la filosofía no ha muerto de abandono, indiferencia o desprecio habría que darle la estocada final: hacerla desaparecer del panorama educativo y cultural del mundo actual; asesinarla, pues. Esto no es nuevo en la historia. Los nazis pensaban de modo parecido, igual los medievales. Es el nuevo totalitarismo de nuestro tiempo: mediático e ideológico. Pero como todo discurso ideológico estas posiciones no se sostienen sino en falacias, una muy típica: caricaturizar al supuesto “enemigo”, dar una imagen falsa o desdibujada de él: ¿cuándo y dónde ha habido un filósofo que castigue a sus alumnos por no aceptar que “Dios ha muerto”?(ése, simplemente, no es un filósofo). A la vez, ¿quién ha dicho jamás que la función de la filosofía sea encontrar los componentes últimos del universo? Quizá algún presocrático balbuciente… Los físicos y los científicos pueden creer que su saber es absoluto, que hace innecesaria a la filosofía, y que en realidad son ellos y no los filósofos quienes merecen el título de sabios. Pero su postura es pura vanidad y dogmatismo banal. Habría una razón filosófica simple contra el cientificismo: la ciencia es una realidad histórica; de la misma manera que la ciencia de hoy cuestiona y supera a la ciencia de ayer, es de esperarse que la ciencia de mañana cuestione y supere a la ciencia de hoy. Esto no vuelve al saber científico enteramente relativo pero sí prohíbe absolutizarlo. Por otra parte, la filosofía tiene una larga historia y una larga lista de temas y cuestiones: la de la consistencia del mundo natural ha sido sólo una de ellas, como también lo ha sido la de Dios. Hay infinidad de cuestiones filosóficas: la naturaleza de la verdad, la consistencia de los entes matemáticos, la realidad del significado, la consistencia de la conciencia, el sentido del bien, la realidad del mal, el acceso a las mentes ajenas, la intersubjetividad, las ideas de justicia, libertad, solidaridad, humanidad, etc., que no se ve cómo las puede responder un físico o cómo la creencia en Dios podría acallarlas. Nunca fue la Naturaleza el asunto de la filosofía sino el Ser (“naturaleza”, ‘physis’, era un nombre para el Ser, no era “eso” a lo que los científicos llaman “naturaleza”: la materialidad física). Y el filósofo cuestiona ante todo por el sentido de “Dios”, no sobre su existencia o no existencia. “Dios ha muerto”, la frase de Nietzsche, tenía un sentido irónico y provocador. No era una acta de defunción (es decir, Nietzsche no quería decir que él había visto morir a Dios y por ende podía dar fe de su muerte; quería decir que el pensamiento metafísico-teológico había llegado a su fin). No son los filósofos quienes han minado las creencias religiosas sino las propias iglesias, los propios dirigentes religiosos. No son los filósofos los culpables de que los físicos no sean atendidos y considerados los únicos sabios. Pero la treta es simple y ya conocida: para encubrir el fracaso propio y hacer valer su interés a como dé lugar hay que gritar: “¡la culpa es de los judíos!”. O la más antigua: “¡la culpa es de Sócrates!”.

Es una cuestión de principio lo que aquí está en juego. Aunque Dios existiera, y aunque lo que nos enseña la Física fuera irrebatible y absoluto, el filósofo todavía, y siempre, podría seguir preguntando ¿Y por qué y para qué existimos? ¿Por qué y para qué existe Dios? ¿Por qué y para qué existe la Naturaleza, Todo? Cientificistas y religiosos sólo tienen una respuesta: ¡cállense de estar haciendo esas preguntas! ¡Dejen de tocarse ahí!


El filósofo no defiende el derecho a sostener ninguna verdad (no hay "verdades" filosóficas), sólo defiende el derecho a pensar sin condiciones y sin límites, es decir, el derecho a pensar libremente. Por muchas razones, pero sobre todo por una de carácter práctico, moralmente incuestionable: el pensamiento libre -la libertad en general- no hace daño y nunca ha hecho daño a nada ni a nadie. No hay nada más injusto e indigno que aceptar condicionantes, limitaciones, reprimendas o directa represión a lo que es sólo acción positiva: el pensamiento, pero también el conocimiento, el arte, el erotismo, el amor, el trabajo, la simple alegría... La vida, una vida.
Pero si existe una enajenación propiamente filosófica: consiste en suponer que el análisis conceptual (o el análisis reflexivo) es un fin en sí mismo y no sólo un medio para comprender el mundo y saber actuar en él. Suponer que la idea es un fin en sí, quedarse anclado en el mundo de las ideas (de las representaciones) conlleva reducir la filosofía a ideología --la mayor traición. No se trata de que el filósofo se convierta en un "práctico" sino de que sepa orientarse en el pensamiento, que sepa orientar su pensamiento hacia algún punto. El pensamiento necesita una epistemología pero también una ética, una ética del pensamiento, que no significa a su vez que el filósofo se vuelva un santo (o peor, un sacerdote) sino que asuma simplemente que la capacidad de pensar es un bien público (un bien universal) y que debemos hacer un uso responsable de ese bien, como de cualquier otro.